Potosí, 31 de octubre.- Cada año, en Bolivia, noviembre inicia con una de las festividades más profundas del calendario cultural: el reencuentro de los vivos con sus muertos. Sin embargo, suele existir confusión al referirnos a estas fechas: ¿se celebra Todos Santos o el Día de los Fieles Difuntos?
La especialista en historia y cultura, Sheila Beltrán explica que, aunque hoy ambas fechas conviven en una sola expresión cultural, sus orígenes y sentidos no son los mismos.
“El 1 de noviembre es Todos Santos: un día de llegada, de bienvenida. El 2 de noviembre es el Día de los Fieles Difuntos: un día de compartir y despedida”, señaló Beltrán.
1 de noviembre: una fiesta de encuentro
Según Beltrán, la celebración de Todos Santos se remonta al año 1300, cuando el Papa Gregorio IV instauró el día para conmemorar a todos los santos y santas.
“Dentro del contexto cristiano todos somos santos, todos estamos en santidad. No todos los santos están en los altares de los templos; también nosotros tenemos ese rol de santidad. Estamos temporalmente en esta tierra y luego pasamos a la presencia de Dios en un tránsito que es la muerte, pero que nos conduce a una vida eterna”, explicó.
En la tradición boliviana, este día simboliza el regreso de las almas al hogar. Se arman los tradicionales atados de tumba, mesas cargadas de símbolos, oraciones, flores y alimentos.
“No lloramos la ausencia: celebramos que vuelven”, remarcó.
2 de noviembre: despedida y oración
El Día de los Fieles Difuntos tiene un carácter más íntimo y reflexivo. Se visita el cementerio, se reza y se comparte con quienes acompañan a la familia. En Potosí, el primer día al mediodía se abre la tumba, y el segundo día se despide el alma con rezos y cánticos.
Beltrán explica que todo tiene un significado: las masas, las velas, las flores y hasta el color de las cintas. “La muerte no es un paso negativo ni final, sino parte de un tránsito hacia una mejor vida”, sostiene.
Un ritual con raíces profundas
Antes de la llegada de los españoles, las culturas andinas ya tenían su propio culto a los muertos. Los difuntos eran elevados en chullpas en las montañas, como símbolo de acercamiento al ser supremo.
“Nuestros antepasados fueron sabios: percibieron que más allá del cielo había un creador del universo. Por eso no enterraban a sus muertos debajo de la tierra, sino los elevaban, para que alcanzaran al ser supremo”, explicó.
Estas raíces prehispánicas, unidas a las prácticas coloniales, conforman una tradición sincrética que sigue viva hasta hoy. En Potosí, la festividad se extiende por tres días y culmina con la Cacharpaya, una despedida alegre y llena de música.
“La muerte no es un paso negativo, ni final, ni demasiado triste. Si bien hay nostalgia, los vamos a despedir con alegría porque están yendo a una mejor vida. La palabra de Dios dice: Yo soy la luz, la verdad, el camino y la vida; el que esté conmigo no tropezará mal alguno. Entonces, no se trata solo de una costumbre, sino también de una reflexión profunda. Esta festividad tiene un valor cultural inmenso y puede llegar a ser un potencial turístico para mostrar la esencia de nuestra fe y nuestra identidad”, concluyó Beltrán.
Noelia Arteaga/ACLO POTOSÍ